Páez Lobato: el trabajo duro de la tonelería deja también un espacio al turismo
La familia Páez abre un centro de visitas pionero en España con el que quiere destacar la actividad artesanal que pervive en una planta de producción moderna y que, incluso, puede resultar espectacular al gran público.
El robledal, el aserradero, los sherry cask y la destilería de whisky. Podría ser casi una letanía, una de esas frases que, por el motivo que sea, se graban casi a fuego (nunca mejor dicho), pero se trata del origen y el destino de (buena parte de) las barricas de roble que se elaboran en la tonelería Páez Lobato SA. Ese mantra, ese conjuro, forma parte del nuevo proyecto complementario en el que se ha embarcado la empresa, un centro de visitas que es el primero, como tal, que tiene en España una tonelería.
saac Páez y Alba Corchado Páez, primos, reciben a lavozdelsur.es como si se fuera a realizar una visita al uso a la tonelería, como las que ya han comenzado a ofrecer a los turistas, al público en general, que se ha querido acercar al polígono de El Portal a conocer más de cerca una actividad, a tener una experiencia que, en realidad, poco tiene que ver con la habitual visita a una bodega, aunque lógicamente es inevitable su recuerdo.
En lo que comenzamos y no, Isaac Páez, gerente de la tonelería, charla con los periodistas sobre detalles sectoriales del ‘sherry cask’, hoy por hoy clave en el negocio que dirige; de la producción del viñedo, del aprovechamiento de los vinos utilizados, perdón por la redundancia que viene, para envinar las botas… profundidades sectoriales en las que seguramente no entrará o lo hará parcialmente en una visita tipo para turistas. Alba Corchado Páez, la gerente del centro de visitas, es la responsable directa de esta nueva experiencia que ofrece la tonelería. Comenzamos el recorrido con los dos, un recorrido que tiene dos partes diferenciadas, la teórica y la práctica, aunque a nadie se le va a pedir, claro está, participar en levantar, domar o batir una bota… pero va a ver de cerca cómo se hace.
El recorrido ‘teórico’ parte de una zona de recepción en la que se exponen decenas de botellas, casi todas de whisky (algunas también de brandy), de clientes, de clientes de ‘sherry cask’, claro. Las más reconocibles son de la gama alta de Jameson, Glenfiddich o Bushmills. De ahí, nos adentramos en una zona con distintas fotos de Antonio Páez Lobato, fundador de la tonelería a la que dió nombre allá por el 1946 y abuelo de nuestros cicerones. Nos detenemos en dos salas, una de catas y otra de reuniones (y cine) en la que se muestra un vídeo de algo más de siete minutos en el que se repasan esos cuatro conceptos básicos, ya saben: robledal, aserradero, sherry cask y envejecimiento en destilería de whisky. En los pasillos del recorrido también hay una muestra de herramientas tradicionales… y no tanto, ya que algunas siguen utilizándose actualmente en tonelería, si bien es cierto que más bien para la reparación de botas. Marco de fuego, galafate de fondar, azuelas, cepillos y martillos de distintos tipos… un mundo en sí, tanto de herramientas como de nombres.
Nos vamos a la calle. En tres patios de la factoría, al aire libre, están las planchas de madera, madera de roble francés o roble americano. No hay madera de otros árboles, no hay otras procedencias. La tonelería Páez Lobato tiene en sus instalaciones del orden de 10.000 metros cúbicos –si no se ve toda esa madera es imposible hacerse una idea del volumen que significa–, todo en orden, con absoluta trazabilidad de procedencia, entrada y con certificado de sostenibilidad de los bosques de donde procede esta madera (PEFC) con las que se elaborarán las duelas y los fondos que conforman las botas. Isaac Páez afirma que desde que llega un suministro hasta que entra en el proceso de fabricación de botas “suelen pasar del orden de dos años”. No importa que a la madera le llueva o le dé fuerte el viento o el sol, al revés, nos dice que le va aportando características que pueden ser importantes para la bota final, como azúcar. La madera, con el paso del tiempo, se ‘dulcifica’, como dicen que les pasa también a algunas personas. Solo a algunas.
Son apenas unos metros hasta lo que es propiamente la factoría. Esta es la hora de la verdad. A la pequeña excursión se nos suma Antonio Páez, hermano de Isaac y, claro está, primo de Alba. Antonio Páez es el responsable del envinado de las botas, por lo que tiene un pie en la tonelería y otro en la bodega hermana, el otro negocio familiar, Páez Morilla.
Entramos en la nave, en la que se desenvuelven más de cuarenta trabajadores. El ruido es tremendo, pero queda amortiguado cuando se entra en la galería acristalada que se ha construido en la parte alta de la nave. En la galería, a un lado, hay más fotos ampliadas del fundador de la empresa, Antonio Páez Lobato, y de alguno de sus hijos, padres y tíos, a su vez, de los jóvenes que nos acompañan; al otro, la industria a plena actividad, no se hace nada ex profeso para los turistas. De hecho, como si nadie estuviera mirando. Son entre 600 y 700 botas semanales de producción.
Desde ahí se puede contemplar todo el proceso –tanto la parte artesanal como la industrial– necesaria para la elaboración de una bota, porque se hacen casi de una en una. Incluso se han puesto números en la nave para ayudar a la comprensión de todo el proceso que se desarrolla ante los ojos de los visitantes. Cortar, levantar, domar, batir, tostar… esos son los verbos clave en la elaboración de una bota. También están presente dos elementos míticos como el fuego y el agua de los que se valen los trabajadores para hacer su trabajo y que se van alternando en los distintos procesos en lo que el objetivo toma forma: ahora hay que calentar, ahora toca enfriar. Hay algo de lucha milenaria en la elaboración de una bota.
El hombre con el fuego, pero también frente al fuego, que todo puede pasar en ese combate –o al menos eso parece– para doblegar a la madera y darle después un uso tan noble como albergar vino, y luego, muy probablemente, whisky en Escocia o en Irlanda. Eso y no otra cosa es lo que a partir de ahora podrán ver los turistas que se acerquen por Páez Lobato. Algo bonito y duro.